OBRAS EN EXPOSICIÓN. Período contemporáneo
En 1975, y tras
haber experimentado con grandes planos de metal, Marcel Floris comienza a
realizar estructuras hechas con barras de aluminio suspendidas a las que
denominó «móviles». Estas piezas, cuyas partes se movían libremente al paso del
aire, permitían sugerir una espacialidad relativa, dada por las líneas en
movimiento virtualmente trazadas en el aire por las barras. Asimismo, Floris
estaba interesado en introducir el sonido, producido por los choque aleatorios
del metal, y el silencio, con el fin de acentuar la incorporación del tiempo y
la transformación en la obra. En relación a estos móviles Floris ha escrito: «Traté
de sintetizar el espacio, de subrayar las relaciones cambiantes entre las
líneas en movimiento, de acentuar la ambigüedad de ciertas conexiones entre
ángulos, planos, masas y líneas, de integrar el sonido, el tiempo y la luz,
para sugerir el movimiento virtual y generar la trasmutación de realidades en
apariencias»[1]. La poética de Floris
está envuelta dentro de lo que podríamos llamar un humanismo místico, en el que
las delicadas sensaciones generadas por sus móviles, tienen como finalidad «recobrar
un refugio de poesía, meditación y paz»[2].
Gego: Esfera 2, 1976 Colección Mercantil, Caracas |
La producción de las «esferas» fue comenzada
por Gego alrededor de 1974 estimulada por sus estudios de la geometría. Estas
esferas, así como otras series –los «troncos», por ejemplo–, han sido creadas a
partir de una retícula que tiene como base el triángulo, cuyo desarrollo
espacial es variable. Según Iris Peruga, las esferas surgen de los estudios
sobre los cuerpos geométricos llevados a cabo por Gego con sus alumnos del
Instituto de Diseño, donde se indagaban «las relaciones entre ellos con el fin
de crear formas almacenables»[3].
De hecho estas esferas fueron exhibidas en la exposición del Museo de Arte
Contemporáneo de Caracas (1977) dispuestas formando «montones» en la sala.
Posiblemente de allí surja la idea de crear esferas unitarias colgantes, que en
la transparencia de su retícula permiten ser penetradas por la mirada del
espectador.
A mediados de la
década de 1970, años que marcan los inicios de su carrera, Pedro Tagliafico
realiza una muestra de su trabajo en el Museo de Ciudad Bolívar, Correo del
Orinoco. Esta muestra, que se tituló «Diseños», estuvo integrada por piezas en
las que el artista parecía dirigirse a los mecanismos primarios del acto de
diseñar. En S/T, realizada en esta época, se evidencia la asociación a
las poéticas minimalistas presente en el trabajo de Tagliafico, dada por la
supresión de lo accesorio y por un acercamiento ascético a los elementos fundamentales
del dibujo. La estructuración cuadricular del papel, el empleo del lápiz como
instrumento por el cual se obtienen diversas gradaciones, y el esbozo de
serialidad, nos llevan a tornar la mirada y el pensamiento, en un acto casi
poético de humildad técnica, a la grafía, la escritura, el trazo, el dibujo y
el arte mismo, en un desnudamiento de los procesos plásticos asociados a las técnicas
de creación.
El trabajo de Oscar Pellegrino está
caracterizado por la asunción emotiva del acto de pintar, verificada, en una
primera etapa de su obra madura (de 1984 a 1987, aproximadamente), en un ataque
casi feroz al lienzo, dado por la espesura de la materia pictórica, un uso
insistente en el collage, y, sobre todo, por la rasgadura. El artista comienza
en 1987 a trabajar en algunas piezas que tienen como base estructural la
cuadrícula. En éstas, el aparente rigor de la geometría se convierte en espacio
calladamente expresivo, en obras de textura delicada y de un cromatismo no
contrastante, cercano a la monocromía. Seminario pertenece a este
período (que va de 1987 a 1991, año del fallecimiento del artista) que
podríamos llamar de sosiego y que se expresa en el abandono de las texturas
extremas y el repliegue en las calidades pictóricas.
Según sus más
recientes investigadores, Gego siempre sintió interés por el arte del tejido,
pero es en 1990 cuando utiliza el sistema de trama y urdimbre como técnica en
su propia obra, realizando las llamadas «tejeduras», pequeñas piezas en las que
se vincula su interés por la red como estructura y lo lúdico, o delicadamente
precario. Las tejeduras no fueron elaboras «con hilo ni con alambres, sino con
papel, cortando finas tiras de sus propios grabados y de revistas ilustradas,
utilizando con frecuencia las tiras doradas de las cajas de cigarrillos...»[4]. Esta
tejedura es la 32ª realizada por Gego en 1990, correspondiendo su título a la
nomenclatura usada por la artista para clasificar su trabajo.
La obra de Eugenio
Espinoza es, sin duda, una de las propuestas más significativas dentro del
panorama de las artes visuales venezolanas de las últimas décadas, ya que se
comporta como un manifiesto visual que deja entrever la plena conciencia del
artista acerca de la crisis que envuelve los ámbitos de la representación artística.
En este sentido, Espinoza hace reiteradas alusiones a los síntomas que dejan
entrever esta crisis y a los signos visuales en que se manifiesta. En Sudario,
los grandes planos verticales de filiación geométrica que cuelgan conformando
un primer plano perceptivo de la obra, actúan como un velo tras el que se
esconde –o cuyos intersticios dejan ver– un gran plano negro sobre el que se
han estampado, con rodillo, arabescos blancos, aludiendo la manera como se
solían decorar las paredes interiores de las viviendas populares años atrás. El
artista nos hace partícipes de una reflexión sobre el gusto y el «mal gusto», y
las múltiples hibridaciones que en el ámbito de la visualidad contemporánea
tienen lugar, y que complejizan notoriamente el acercamiento crítico a estas
nociones. De allí que Espinoza defina su pintura como «un antídoto contra el
mal gusto y sus aberraciones domésticas», en un acto que «busca neutralizar la
proyección egocéntrica del nuevo amante del arte»[5].
Aunque los
elementos formales de los que se vale tienen una filiación geométrica, la obra
de Sigfredo Chacón toma una vía
contraría a la tradición de la pintura abstracta, e intenta, más bien,
descomponer a través de un acercamiento irónico, los elementos en que se basa
esta tradición. La retícula aparece como una base formal sobre la que el
artista dispone, organizadamente, el pigmento, haciendo una alusión directa a la
geometría fría y a sus búsquedas. En Pintura
plastificada #1
y #2, la «pureza» del color que caracterizó al
geometrismo, es alterada al introducir tonos «sucios», y la gruesa textura
producida por la resina que recubre la obra insiste en su diferenciación de los
limpios planos de color que son usuales en las obras de estos movimientos. Esta confrontación entre espacio ordenado
(retículas, líneas, formas geométricas) casi desdibujado en el soporte, y la
gran carga matérica de los empastes de pintura y resina, genera una tensión
entre orden y caos, construcción y expresión, en la que puede entreverse el
cuestionamiento de la pintura y sus fórmulas, en una especie de desnudamiento
de las estrategias asociadas a la estructuración del espacio pictórico y a la
expresividad de la materia.
Pedro Fermín: Tensiones variables, 1998
Colección Mercantil, Caracas
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La obra de Pedro
Fermín es heredera de la vía del conceptualismo interesada en desarticular los
procesos de percepción de la obra de arte a través de una indagación –que
podríamos calificar como «minimal»– en los elementos que se comportan como
unidades perceptuales. De allí, el resultado formal de su trabajo, revestido de
un ascetismo que no permite digresiones. Tensiones
variables forma parte de una serie de
polípticos en los que el artista indaga en torno a las fuerzas perceptivas
producidas por planos direccionales y las relaciones que éstos activan en el
espacio envolvente, intersticial y virtual. Estas piezas también incluyen el
color como elemento capaz de caracterizar estas tensiones, enriqueciendo, por
una parte, el entramado de relaciones perceptuales que genera la obra, y por
otra, desarticulando los basamentos mismos en que estas relaciones se producen.
Configuración cruzada con tablillas de Héctor Fuenmayor es una pieza en la que el autor parece
introducirse en los mecanismos de creación que constituyeron obsesiones
plásticas para las estéticas modernistas asociadas al geometrismo,
desenmascarando los mitos formales sobre los que éstas subyacen y develando su
agotamiento. En primer lugar, retoma el formato medio, característicos de los
abstracto-geométricos y emulándolos, construye una estructura en base a planos
rectangulares que al converger, forman una configuración de cruces sobre el
fondo. Esta apropiación del lenguaje de la geometría abstracta logra subvertir
la estructura «lógica» de la forma sobre el fondo, ya que la obra está
concebida como una monocromía, en la sólo las muy sutiles diferencias de
textura y saturación dada a los diversos planos rectangulares, permiten hacer
discernible la estructura.
Dentro del panorama
actual de nuestras artes plásticas, la obra de Magdalena Fernández, como
fenómeno, tienen implicaciones muy interesantes; por una parte, porque surge imbuida
en una estética solitaria, por otra, porque no puede negar su pertenencia a una
tradición que la emparenta con nuestros maestros de la geometría histórica y,
sobre todo, del cinetismo. En este sentido, el trabajo de Fernández actualiza lo
geométrico desde una perspectiva que abarca el encanto por los elementos puros
y la limpidez del acabado, una dicción que la acerca a lo tecnológico, y el
empeño de involucrar al espectador, pero dentro de una atmósfera menos racional
y más dada a lo sensorial y poético, que no pocas veces roza lo humorístico y
lo placentero. Helecho, parte de este acercamiento particular a los
elementos básicos de la expresividad plástica, como la línea, dentro de una
estructura que ronda lo simétrico, desde una axialidad orgánica. Es una pieza
que, en su impulso radicalmente renovador, verifica su filiación con algunos
trabajos de Soto y, sobre todo, con la «calidez» geométrica de Gego.
La obra de José
Gabriel Fernández encuentra sus hilos temáticos en la simbología asociada a los
mitos antiguos. En El espejo herido,
el artista alude directamente a la faena del toreo, considerada por él como un
ritual que metaforiza la fatalidad y la tragedia que envuelve toda existencia.
Para ello, Fernández utiliza un capote de torero –instrumento que le sirve al
matador para retar al toro y realizar los «pases», especie de danza
celebratoria de la vida, la belleza y la muerte– en el que ha atravesado, en
orden serial, pequeños clavos de hierro, cuya forma nos remite al estoque, o
espada con la que el matador realiza la suerte de matar al toro. Aunque su obra
se nutre de la tradición conceptual, Fernández se considera un artista atado a
lo formal en un sentido clásico. En estas obras que tienen como tema la muerte
y su imaginario mítico, el artista tiende a resoluciones que podríamos definir
como abstractas: enfatiza el volumen casi escultórico del capote al suprimirle
el color; y activa visual y táctilmente la tela con los pequeños estoques que
se ordenan de manera serial y que, sin embargo, otorgan una metafórica al
tejido.
Notas
[1] En: Galerie Lahumière: Marcel Floris, París, Marzo, 1990, pp. 34-35. Traducido del inglés por Katherine Chacón.
[2] Ibídem
[3] Ver: PERUGA, Iris: «Gego. El prodigioso juego de crear». En: Museo de Bellas Artes: Gego, 1955-1990, Caracas, 2000, Cat. N° 985, p. 47.
[4] Ver: PERUGA, Iris: «Gego. El prodigioso juego de crear». En: Museo de Bellas Artes: Gego, 1955-1990, Caracas, 2000, Cat. N° 985, p. 75.
[5] Eugenio Espinoza en: Museo Alejandro Otero: Transatlántica. The America-Europa non representativa, Caracas, 1995, p. 44.
*Estos textos fueron originalmente publicados en el catálogo de la exposición «Geometría como vanguardia. Colección Banco Mercantil» curada por mí y realizada por la Fundación Banco Mercantil. La exposición fue exhibida en el Museo de Arte Moderno Jesús Soto (Ciudad Bolívar, Venezuela, febrero 2001), el Museo de Barquisimeto (Venezuela, junio, 2001), el Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (MACZUL) (Maracaibo, Venezuela, octubre 2001) y el Museo Alejandro Otero (Caracas, Venezuela, febrero, 2002).
El catálogo razonado recoge también un ensayo preliminar y el análisis de las piezas del período geométrico presentes en la exposición, así como las síntesis biográficas de los artistas representados en la muestra.
© Katherine Chacón
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