Julián Villafañe frente a El cuarto de |
Los reencuentros son maravillosos.
Gracias a esa nueva mirada que propician, surgen nuevas aristas, brilla algo
que antes se ocultó a nuestros sentidos, el afecto se verifica y se abren
nuevas compuertas para el entendimiento del otro. Cuando lo que revisitamos es
la obra de un artista, redescubrimos inspiraciones, etapas, piezas, temas y
obsesiones, que enriquecen la dimensión crítica.
Conocí la obra de
Julián Villafañe a principios de la década de 2000. En ese entonces el artista
merideño se había hecho conocido nacionalmente con una propuesta expresionista
muy colorida, de intensa pincelada y de tema recurrente: los heladeros. Un
fiero grafismo, muy urbano y que nos recordaba a Basquiat, podía verse en estas
piezas, que poco a poco fueron adquiriendo mayor libertad expresiva, un trazo
más abierto, y un tratamiento espacial muchas veces asociado al graffiti. Los
vendedores de helado se convirtieron entonces en un icono de su trabajo, en el
que el artista hacía un pequeño homenaje a los inmigrantes haitianos que se
dedican a este oficio, cuya vida humilde había conocido en Puerto La Cruz. Pero
la sensibilidad de Villafañe es compleja: la nutren las vivencias –su vida retirado
en el páramo, sus movimientos citadinos, las personas que conoce, los espacios
que habita– pero la transforma una inquieta interioridad, que establece
relaciones muy personales entre lo percibido, lo vivido, y su traslación en lo
plástico o lo icónico. Hoy, me sorprende conocer que los heladeros fueron
creados también por el recuerdo de la neblina paramera, de ese frío que en
tierras calientes solo es resguardado en el pequeño «carro de los helados».
Años más tarde, Villafañe
ha llevado a cabo cuadros en los que combina un fondo cuadriculado sobre los
que dispone figuras humanas y objetos estilizados y lineales. Todas estas
piezas están realizadas con gruesas capas de pigmento, pero el fondo ortogonal
logra equilibrar el bullente grafismo que, como fragmentos de caricaturas o de
dibujos callejeros, se emplazan en cada celda. De hecho, la textura y el color,
cobran una importancia determinante en esta etapa, en concomitancia con el
trazo de las figuras.
En este nuevo encuentro
redescubro a Villafañe como un excelente colorista, en el que el color está
indefectiblemente ligado a la materia, al pigmento que lo hace «ser» sobre el
lienzo. La textura-color se ha venido desarrollando como un elemento
principalísimo de su lenguaje. En algunas piezas de estos últimos años, Villafañe
abandona la figuración y desarrolla planos abstractos, contundentes, de
hermosísimo cromatismo. En otras, las figuras apenas se insinúan o se
desdibujan entre la profusión de texturas, y entonces el artista nos regala una
imagen de indómito ensueño.
En Villafañe la
reflexión sobre el hecho pictórico, sobre lo que lo nutre y vivifica, y sobre cómo
se manifiesta esto plásticamente, es un ejercicio permanente. Esta
característica de su personalidad artística es fundamental para entender su
obra reciente, en la que su pasión por la textura-color llega al límite
creativo. En un acto que buscar hacer palpable la fisicidad del color y conjurar
la imposibilidad básica de la pintura de «ser» en la tridimensionalidad, el
artista crea piezas en las que incorpora pequeños bloques hechos con una pasta que
elabora con restos de óleo seco obtenidos por raspado. Estos bloques son
colocados sobre el lienzo a manera de cuadros que sobresalen del plano. En obras
como El cuarto de la ortogonal se quiebra,
y los bloques junto a los pequeños cuadros pintados, son dispuestos libremente
sobre la superficie, que cobra un notable dinamismo. La imagen es como un
compendio de múltiples miradas que aparecen, en ella, simultáneamente.
En nuevas piezas, los
cuadros de la superficie se transforman en balcones en los que aparecen
pequeñas figuras que se asoman. El lienzo es, entonces, la fachada en un
inmenso edificio cuyos límites no vemos. «Los edificios son también las literas
de cinco pisos en las que dormían los heladeros haitianos cuando los conocí»,
me cuenta Julián en una conversación. Me sorprende entonces cómo todo se
vincula y cómo resuenan en su obra estas vivencias, no en su aspecto
anecdótico, sino emergiendo como obsesiones visuales que tienen un inusitado
correlato plástico.
Katherine Chacón
© Katherine Chacón
* Texto publicado en el catálogo de la exposición «Balcones» de Julián Villafañe. Galería Okyo, Caracas, abril de 2016, díptico.
© Katherine Chacón
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