A
ese proceso lo descubro como Arte;
lo
que me da y me quita es lo que llamo Vida.
Pacto
con el Arte. Pacto con la Vida»
«La
gran obra del hombre es su propia alma,
su
conciencia, su estado, su realidad.
El
arte fue mi pasantía más larga»
«Uno no sabe
nada, uno tiene la certeza»
Oscar Pellegrino
Visto desde una perspectiva externa,
podría decirse que el arte es creado a partir de diversas y muy diferentes
motivaciones. Cada artista en cierto modo, no sólo encarna una poética
particular, sino que establece, a través de su ejercicio, una personal noción
del arte. De hecho, y sin ánimo de categorizar, cada uno de nosotros al momento
de acercarnos a un determinado hecho artístico, atisba diferencias notables
entre aquellas obras en las que prevalecen motivaciones estéticas y aquellas otras en las que presentimos pulsiones más vitales. Con esto no quiero apuntar a
que el arte producido por artistas más claramente preocupados por
investigaciones formales no tenga, en el fondo, una relación estrecha con la
vida. Sabemos que buena parte de todo lo que producimos tiene, por así decirlo,
un sello autobiográfico, la impronta de un particular modo de entender el
mundo, huellas de nuestra memoria y quizás hasta alguna premonición de nuestro
destino. Tampoco pretendo eximir a los artistas para los que el arte y la vida
son instancias inseparables, de la preocupación por la forma. Recordemos que
sin forma no hay arte y que es precisamente en las formas, como entes en los
que se acrisolan y refinan los tantos intentos del hombre por dilucidar su
condición, donde se asienta verdaderamente toda Cultura. Pero está claro que
dista mucho la manera como, por ejemplo, los cubistas o –yendo más a nuestro
contexto– un artista como Alejandro Otero, entendieron y se acercaron a la
creación, de cómo se vincularon a ella algunos expresionistas o –para seguir
con las referencias vernáculas– pintores como Armando Reverón y Mario Abreu.
Fuera de toda intención axiológica
(recordemos con Zweig que «todo camino que conduce a la perfección es acertado,
y ningún artista debe ir más allá que por uno de esos caminos, el suyo propio.
Debe ser creador y maestro de su propio arcano») y rehuyendo las obvias categorizaciones
que se han establecido entre estéticas racionalistas
y estéticas irracionalistas, cabría
preguntarse qué distingue, en esencia, estas dos actitudes creadoras. Me
atrevería a decir que se trata de algo que podríamos llamar certeza de vida.
Cuando un artista investiga, creando
racionalmente nuevas formas y relacionándolas con tesis y conceptos, actúa, de
hecho, como un hombre seguro. Su camino es un camino positivo donde la razón y
el método ofrecen un piso firme. Experimenta, puede errar o extraviarse, pero
su paso va siempre sobre el camino,
aunque a veces éste sea el camino fatigoso y terrible de la belleza y la
perfección. Los problemas de su arte son, en buena medida y por así decirlo, de
este mundo, su discurso interactúa
con otros discursos conformando un campo de conocimiento.
Pero existe otra manera de crear en la
que el artista no actúa con tanta seguridad. No experimenta ni investiga –o si
lo hace no sigue un método positivo– sino que más bien se deja llevar por lo
que hemos llamado certeza de vida.
Nótese que hablo de certeza, mas no de seguridad, porque nuestro artista ha
comenzado a andar por el camino sinuoso y discontinuo (no siempre va sobre el
camino, encuentra huecos, baches) de la vida como realidad existencial. «Certeza
de muerte es certeza de vida» escribió Oscar Pellegrino en uno de sus cuadernos
de anotaciones, y quizás en esta frase se resuma una de las grandes vías de
creación artística. Porque sólo a partir de la conciencia de la muerte («ese
lamentable e infinitamente pequeño instante», como también escribió) la vida
cobra su dimensión exacta de conocimiento trascendente, y el arte adquiere el
sentido de las cosas fundamentales.
Sin título (Gran tablón azul y rojo), ca. 1983 |
El paralelismo entre arte y vida se hace
patente en Oscar Pellegrino, sobre todo si tomamos en cuenta que la pintura
estuvo presente en su vida desde etapas tempranas de la infancia. Desde niño y
durante la adolescencia, Pellegrino ejerció el oficio de pintor constantemente,
adueñándose poco a poco, como quien aprende los intangibles secretos del vivir,
de los conocimientos técnicos surgidos no de la educación, sino de la
experiencia. Pellegrino pinta, sí, siguiendo la norma académica, pero las
pinturas de esa época denotan evidente talento: buen manejo de las formas, el
color, el espacio y, en algunas, cierta tendencia a la expresividad efusiva
manifestada a través de los temas (graves flores deshojándose, por ejemplo) o
en las ya no tan tímidas experimentaciones con la textura y el color.
Seguirá pintando estos bodegones, flores
y paisajes, hasta que ocurra el primer gran cambio de su pintura durante su
permanencia en Puerto La Cruz, ciudad donde residió justo después de haberse
graduado de arquitecto en 1972. Allí, su obra se transforma radicalmente.
Abandona los colores decididos y las texturas pastosas, también los temas naturales que, como hemos visto, le
permitían expresar las emociones candorosas y románticas de la infancia y
temprana juventud. Ahora, el color se hace deliberadamente plano, pierde su
vigor para volverse pálido, apastelado; las formas se tornan lineales y
cerradas, alejándose del naturalismo para hacerse casi emblemáticas; los temas,
se trivializan a un grado sumo. Pero si como hemos apuntado, la vida y el arte
en Pellegrino siguieron siempre un mismo camino, cabría preguntarse ¿por qué
este cambio y, sobre todo, por qué éste apunta a tales soluciones formales?
Todo hombre que se sabe vivo,
experimenta, a lo largo de su andar, momentos de reflexión (y vivencia,
¿videncia?) existencial que van perfilando una como conciencia de vida, que en
su punto más lúcido alcanza a ser una certeza de vida. Pero ¿cuántas veces
distraemos el camino hacia esa madurez del alma? ¿Cuánto de nuestras vidas, de
nuestro hacer y pensar, se ha hecho a espaldas de aquello que es verdaderamente
esencial?
Sin título (Tablón blanco), ca. 1983 |
«Los negocios, los clientes, el dinero,
la arquitectura presente y la pintura ausente» señalaba Pellegrino al referirse
a esta etapa, en una frase que nos ayuda a responder estas interrogantes. En
realidad, la pintura como oficio nunca estuvo ausente de su vida, como lo
demuestran las constantes exposiciones en las que participó y las numerosas
obras que elaboró durante esa época. Pero quizás lo que Pellegrino comenzaba a
sentir como una ausencia era, no su dedicación a la pintura, sino su
alejamiento de aquella pintura interiorizada
que había cedido el paso a los fríos e impersonales planos de sus cuadros de
Puerto La Cruz.
Atento a esta sensación, Pellegrino
abandona las seguridades de su profesión y decide viajar a París. La etapa de
París va a ser fundamental para el camino de su vida y su pintura. En primer
lugar, porque un mundo de manifestaciones y tendencias artísticas se ponen al
alcance de su mano y de sus ojos; en segundo lugar, porque por primera vez
Pellegrino toma conciencia del sentido de su arte y comienza a escribir sus
cuadernos de anotaciones. Las pinturas
de esta etapa reiteran la experimentación colorística a través de grandes
planos monocromos en los que, no obstante, se traslucen pinceladas cada vez más
libres, trazos más gestuales. La geometría, aunque presente, parece
desdibujarse en las tenues líneas con que aparecen inmersos cuadrados y
círculos en las grandes masas de color. La pintura interiorizada (que él más tarde llamará super pintura) comienza a tomar
cuerpo: hay, desde ahora, un estudio formal que busca evadir cualquier
decorativismo, que intenta adquirir un sentido huyendo del vacío, al tiempo que
crece en Pellegrino una capacidad para la reflexión, para la meditación.
Pero será a partir de su regreso a
Caracas en 1980 cuando Pellegrino comience a apuntar a la adquisición de una
conciencia de vida que se manifestará como plena conciencia plástica.
Las primeras obras que realizó en Caracas
se alejan de la concepción de pintura tradicional. En los tablones y collages
de esa época, Pellegrino revierte deliberadamente el concepto del cuadro: en
los tablones, pega papel, trozos de tela; pinta gestualmente, con bruscas
pinceladas y chorreados; juega, textural y espacialmente, con elementos que
inserta en las tablas. En los grandes collages utiliza el reverso de la obra
como anverso, pinta sobre el bastidor; rellena, a manera de sacos, grandes
planos, pega, cose, pespuntea. Pero sería erróneo interpretar estas soluciones
como manifestaciones de un afán innovador (¿la innovación en los 80, no es ya
una trivialidad?) pues, como el propio Pellegrino lo señalara en 1983 –con
motivo de su exposición «La Mudanza» en la que presentó estos trabajos en un montaje azaroso que, entre escombros,
herramientas y basura, recreaba el caos de una mudanza o el desorden de un
proceso museográfico–: «Yo no estoy protestando contra nada. Tal vez quiero
simbolizar la vida». Una voluntad expresiva –que ya apunta hacia lo vivencial–
se hacía patente en estas obras, a través de una factura violenta, de profundos
contrastes de color, de evasión de todo cuidado
artesanal a favor de lo brusco y lo precario.
Sin título (Rectángulo blanco), sin fecha |
Signos en el tiempo, 1985 |
Anotaciones imprevistas, 1984 |
Musgo, 1985 |
Concha nácar, 1985 |
En 1987 comienza a abandonar las texturas
extremas y se repliega a las calidades pictóricas. Lo expresivo, que antes era
rasgadura, empaste, textura material, ahora es sobre todo pintura.
Transparencias, veladuras, pinceladas y brochazos, chorreados, crean ahora los
ámbitos de una expresividad contenida. Obras como Sin Título (Damero con punto rojo), 1988, Luciérnaga (1988) o Diásporo
(1988), evidencian esta asentamiento de la pintura. El llamado «Damero con
punto rojo», forma parte de una serie de cuadros en los que el aparente rigor
de la estructura cuadricular se convierte en un espacio calladamente expresivo,
por los lentos chorreados, la superficie grumosa, y la abrupta mancha roja que,
como un punto doliente, aparece en el centro de la composición. En Diásporo, el calmado ritmo dramático se
logra por la adición de cartones a la superficie texturada y casi monocroma.
Sin título (Damero con punto rojo), 1987 |
Sin título (Blanco y negro), 1987 |
Noche signo, ca. 1987 |
Cafetería pública, 1989 |
Escuela de samba, 1989 |
En algunas de sus últimas obras nos
sorprende el empleo de colores muy vivos y el desinterés por lo textural. Sin
embargo, en cuadros como Sin Título
(Reloj amarillo) de 1990, sentimos la lentitud y el sosiego que otorga la
certeza, la única certeza.
Un sonero caribeño nos recuerda en su
pregón que «la realidad es nacer y morir». A la honda vivencia de esta
realidad, a la certeza de vida, llegó Pellegrino. Su pintura se hizo super pintura en tanto surgió de (y
permitió) este proceso («para ser un gran pintor hay que vivir o pasar un gran
proceso», escribió con gran lucidez), pues «super pintura es el artista». Oscar
Pellegrino alcanzó la conciencia, tuvo la certeza, supo que había llegado («He
tenido la suerte de llegar sin que nadie se diera cuenta») a lo que todos
intentamos llegar, realizó lo que, en esencia, todos debemos realizar. También
él tenía la certeza de que aquí «todos estamos en lo mismo y nos empeñamos en
hacer ver que andamos en cosas diferentes».
Katherine Chacon
Nenúfar, 1986 |
Katherine Chacon
*Este texto fue originalmente publicado en el catálogo de la exposición «Oscar Pellegrino. Pacto con el arte. Pacto con la vida» curada por mí y realizada en el Museo de Bellas Artes de Caracas del 9 de diciembre de 1993 al 27 de marzo de 1994.
© Katherine Chacón
© Katherine Chacón
FELICITACIONES A LA ESCRITORA KAHERNE CHACON ORGULLO VENEZOLANO
ResponderEliminarMil gracias
EliminarTengo una obra de Oscar Pellegrino como puedo saber su valor mi estimada
ResponderEliminarPuede ir a la Galería Beatriz Gil, en Las Mercedes, Caracas. Alli acaban de realizar una exposición sobre Pellegrino y, seguramente, podrán orientarlo.
EliminarExcelente un lugar donde conseguir información acerca de artistas Venezolanos, gracias. Faltan las dimensiones en las imágenes de la obra de Pellegrino, solo por ser didácticos, de igual forma gracias.
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