Marte de cuerpo y alma
Los griegos, que leyeron tan
cabalmente el alma humana, tenían un dios atroz: Ares, quien reinaba sobre la
guerra y las batallas. Personificaba la violencia en su aspecto brutal,
incontrolado y tumultuoso; era salvaje y sanguinario, lo que le ganó poco afecto
entre los humanos y la aversión de los otros dioses olímpicos.
Los romanos lo identificaron con
Marte, una deidad que habían heredado de los etruscos y que regía sobre la
guerra, pero también sobre la agricultura y la fecundidad de la tierra. Por
esto, y porque lo consideraban el padre de Rómulo, uno de los fundadores de la
ciudad, gozaba de altísima estima entre los pobladores.
Marte fue amante de Venus, con quien
procreó varios hijos. Esta relación secreta y fogosa con la diosa del amor nos
muestra otra cara del dios guerrero: una apasionada e intensamente corporal,
que lo asocia con la potencia viril, masculina, con el valor, la osadía, la
impulsividad, y para algunos, con la corporeidad activa y sensual del baile y
las relaciones sexuales.
Marte era generalmente representado
como un joven guerrero, alto, fornido y vigoroso. El relato mitológico enfatiza
que fue su arrojo y su atractiva presencia las que sedujeron a la bella Venus,
llevándola a traicionar a su marido, Hefesto.
Así, la violencia del dios asesino difícilmente puede ser disociada de
su cuerpo, campo en el que se fermenta esta irracional energía destructiva y al mismo tiempo fecunda.
Sorprende conocer
que el planeta que lleva su nombre está también fuertemente arraigado en lo físico
y concreto. De hecho, Marte es uno de los cuatro planetas «telúricos» –de
naturaleza rocosa– del sistema solar, a
diferencia del resto, los gigantes astros gaseosos. Su proximidad y parentesco
con nuestro orbe, refuerzan la extrañeza que nos producen sus paisajes
polvorientos y solitarios, y su abrupta geografía, resultado de enormes cataclismos
«que no tienen equivalente en la Tierra».
Son fotografías de la superficie de
Marte obtenidas por las más recientes exploraciones de la NASA e imágenes
provenientes de sensores que registran diversas informaciones del planeta, las
que ha tomado Antonio Briceño para crear las piezas que conforman esta exposición.
Las huellas de la catastrófica geología marciana son superpuestas digitalmente
por Briceño en imágenes que reproducen fragmentos de estatuas clásicas del dios
Marte, tomadas de la web de seis importantes museos. Los ricos tejidos
texturales y juegos cromáticos obtenidos de los registros satelitales del
planeta rojo, son trasladados, como pieles marcadas, al hermoso cuerpo del
joven guerrero esculpido.
Al ver estas imágenes, percibimos que
la violencia ejercida por el Marte arquetípico, es un asunto del cuerpo. Es,
por así decirlo, una violencia primaria, inmediata, y quizás por ello, más
aterradora. Nos provoca el horror de la barbarie, de aquello que, como el
extraño y cercano planeta, es incivilizado y, con ello, movido por fuerzas
inconscientes o telúricas que escapan de cualquier control racional. Por otra
parte, la referencia directa al cuerpo en estas obras las hace hondamente
perturbadoras, como si a través de ellas reconociéramos que el cuerpo mismo es
un campo en el que se libran magnas batallas emocionales y en que el alma lidia
con la enfermedad, el dolor, el placer, la vejez y la muerte.
Toda la obra de Antonio Briceño posee
un hondo sentido ético. Sus trabajos anteriores han actualizado una poética que
gira en torno al planeta, los seres que lo pueblan, la naturaleza y la
diversidad cultural y espiritual de la humanidad. El artista reflexiona
constantemente sobre los diversos modos en que se manifiesta la riqueza de la
vida planetaria y el frágil equilibrio del que depende su preservación.
Si bien el Marte arquetipal que se
mueve en el inconsciente individual y colectivo, tutela la violencia y lo que
ella acarrea y las acoge como actividades profundamente arraigadas en la
naturaleza humana, puede, ante la negación o la desmesura, desatar su furia
irracional e incontenible. En la complejidad del arquetipo de Marte yace este
sutil equilibrio entre el cuerpo que aniquila y el que fecunda, provenientes ambos
de una misma energía viril y activa. Cabría preguntarse si en nuestro acomodado
mundo, altamente tecnificado, en el que solemos pensarnos como seres civilizados,
pacíficos y benévolos, se ha propiciado un desequilibrio deshumanizador –¿acaso
una desconexión del cuerpo y la emoción?–, desencadenante de la irrefrenable
violencia que como signo característico de nuestros tiempos, parece atentar
incluso contra nuestra permanencia como especie en la Tierra.
La exposición «La piel de Marte» surge como continuidad de estas preocupaciones, que el artista centra hoy en la
violencia y la devastación como síntomas de un desequilibrio de la psique del
mundo, que podría llevarnos a la autoaniquilación, y cuya formulación en esta
muestra alcanza una dimensión que involucra lo arquetipal, y que se interroga
sobre el papel del psiquismo colectivo como verdadero activador de la historia.
Katherine Chacón
*Este texto fue originalmente publicado en el catálogo de la exposición «Antonio Briceño. La piel de Marte» presentada en la Galería D'Museo, del 5 de junio al 3 de julio de 2016, en Caracas.
Fue asimismo publicado en el «Papel Literario» de El Nacional el 12 de junio de 2016.
Links: La piel de marte
Fue asimismo publicado en el «Papel Literario» de El Nacional el 12 de junio de 2016.
Links: La piel de marte
© Katherine Chacón
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