Katherine Chacón: Diego, muchos autores han escrito sobre tus comienzos como pintor, pero yo quisiera que me narraras estos inicios tú mismo.
Diego Barboza: De niño yo solía pintar mucho en el piso con tiza. En la sala de
baño de mi casa había un pizarrón donde solía narrar todo lo que pasaba. Yo era
una especie de cronista visual. Un día se murió un compañerito mío de escuela y
yo pinté al muerto con su urna y todo. Eso horrorizó a todos en la casa y hasta
ahí llegó el cronista, pues me prohibieron que volviera a pintar en ese
pizarrón.
K.Ch.: ¿Cuál fue el ambiente de tu infancia?
D.B.: Crecí en Maracaibo, en una casa de la tradicional Calle Carabobo. La casa
era muy pintoresca, grande, larga, con unos pilares que imitaban el estilo
corintio; tenía patio interno, un gran corredor y, de un lado, una parte
abierta donde siempre había matas: ese fue el gran escenario de mi infancia.
Calle Carabobo, Maracaibo |
K.Ch.: ¿Y cómo te vinculas con la Escuela de Arte?
D.B.: Cuando terminan esas ‘reseñas’
[del pizarrón] tengo noticias, a través de compañeros de la escuela primaria,
de que había un sitio donde pintaban, y entonces es cuando llego a la Escuela
de Bellas Artes y conozco a Angelina Curiel, que será una persona clave en mi
vida. Angelina Curiel me sembró el deseo de ser artista; después, estando yo
más grande, ella me llevaba a su casa, y allí dibujé por primera vez con modelo
desnudo, junto a ella. Eso fue un aporte muy importante en mi formación,
incluso después que yo me fui de la escuela, mi amistad con ella prosiguió. Te
estoy hablando de la Escuela de Artes Plásticas Julio Árraga, que en ese
entonces se llamaba Escuela de Bellas Artes del Zulia. La casa donde funcionaba
la escuela era muy bella, con un patio colonial. Al mismo tiempo se daba que yo
era muy devoto, iba a la iglesia, asistía a las procesiones, peinaba a la
Magdalena. Los juegos diarios míos estaban entre religión y arte. Yo hacía
cajones y modelaba figuras de santos, los ponía como si fueran procesiones y
los sacaba por toda la casa. Es en esos juegos que aparece mi prima Ive que
hacía de angelito. Yo le ponía trapos, alas de papel periódico y esas cosas,
Eso terminó porque un día la acosté en un cajón como si fuera la Virgen María
muerta, y se armó un escándalo. En realidad ella hacía todo lo que yo le decía,
era como si yo fuese su director y ella mi actriz.
K.Ch.: ¿También estudiaste en la Escuela de Artes Plásticas Neptalí Rincón?
D.B.: La Neptalí Rincón es la escuela
a la que yo asisto después de que cae Pérez Jiménez. No te puedo decir
exactamente en qué fecha cursé estudios en las escuelas. Mis estudios más
formales fueron en la Julio Árraga, donde estuve desde niño más o menos hasta
la fecha de mi primera exposición, o sea, 1963… pero yo a veces ‘saltaba’ a la
Neptalí Rincón que creo se fundó un poco antes de la caída de Pérez Jiménez.
Por supuesto, yo iba a la escuela normal y empecé el bachillerato pero no
llegué a terminarlo nunca; al mismo tiempo asistía a la Escuela de Artes
Plásticas. A mí lo que me interesaba era ser pintor, y esas nociones de
formación en otras cosas no las tenía muy claras, porque yo supe desde niño que
quería ser pintor, nunca quise ser otra cosa y de eso me sentí siempre muy
seguro.
K.Ch.: ¿Estando en la Neptalí Rincón surge la idea de crear el grupo Vertical 9?
D.B.: Si, que era un grupo que
habíamos ideado por iniciativa mía y en complicidad con Edison Parra, para
aportar algo ante la gran indiferencia que existía en el medio zuliano respecto
a las artes plásticas. Pensamos en formar el grupo, organizarnos para exponer,
para hacernos sentir.
K. Ch.: Háblame de tu primera exposición, realizada en el Centro de Bellas de Maracaibo. Veo que desde ya se notaba en tu obra una voluntad de innovación, de ir un poco a contracorriente…
D.B.: Tal vez lo innovador de estas
obras era que casi todas eran collages,
algo que para la época no estaba muy en boga. Esta sensibilidad hacia el papel
pegado viene de mi madre, a quien le encantaba recortar imágenes de los
periódicos y pegarlas en catálogos industriales que usaba como álbumes. Ella
recortaba imágenes de gente famosa, por ejemplo Cervantes, Wagner, Pasteur, y
las pegaba diciéndome que ella quería que algún día yo fuese como ellos… En
realidad hay como tres influencias: mi mamá, Angelina Curiel que me enseña a
hacer collages y a trabajar con
materiales diversos, y Arcelia, mi maestra ‘de primeras letras’, que me
enseñaba catecismo recortando santos y pegándolos. También en esta época
influye en mí una exposición de arte expresionista norteamericano que se hace
en el Centro de Bellas Artes de Maracaibo. Era una exposición de grabados. En
el catálogo de la muestra habían unas declaraciones de Pollock, y otros
exponentes de esa tendencia, que a mí me maravillaron e hicieron ‘estallar’ mi
cabeza. Igualmente en esta época me influenció mucho José Ramón Sánchez, que
era amigo mío, y me decía que había que buscar otros horizontes, y que en Caracas
había gente que analizaba y comparaba cuadros de Picasso con otros. Eso para mí
era realmente estimulante. Con esta exposición pasó algo importante, pues fue a
raíz de ella que muchos se animaron a exponer en el Centro de Bellas Artes.
Fíjate que yo creo que siempre he sido un animador cultural, porque yo estimulé
la creación del Grupo Vertical 9, y estimulé también a muchos que no se
atrevían a exponer en el Centro de Bellas Artes a que se atrevieran a pedir la
sala del centro, cuando ellos pensaban que no se lo merecían.
K.Ch.: ¿Y cómo es que decides viajar a Caracas?
D.B.: Yo decido venirme para Caracas
porque me estimulé con lo que me decía José Ramón Sánchez. Además, aunque por
naturaleza he sido sedentario, no me han gustado mucho los viajes, a la vez he
sentido una necesidad de comunicación, digamos, universalista. La primera vez
que me vine a Caracas lo hice en una de las camionetas que traían para acá las
listas de la Lotería del Zulia. Yo venía de Maracaibo y todo en Caracas me
maravillaba. Cuando entré al Pez Dorado me sentí transportado porque nunca
había visto nada de lo que allí había. Y cada vez que conocía a algún artista
medianamente famoso me quedaba como pasmado. Algo que me gustaría decir aquí es
que mi compañero en aquella soledad del ambiente cultural de Maracaibo, mi gran
compañero, fue Roberto Obregón, que tenía una madurez no muy usual entre los
jóvenes. Era muy inquieto intelectualmente, leía filosofía, y le gustaba estar
empapado de muchos temas. Mi gran compañero en mis inicios en Maracaibo y en
mis primeros años en Caracas, fue él.
K. Ch.: ¿Y entraste a la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas?
D. B.: Un
poco de la mano de Clara Sujo, a quien había conocido en Maracaibo durante mi
exposición. Ella al presentarme al grupo de la escuela me llamó el primer
“pop-artista” venezolano. La verdad es que me acogieron muy bien allí,
inclusive me dieron un taller para mí solo, cosa que creo no habían hecho con
ningún alumno antes. Por otra parte, Jacobo Borges y Alirio Rodríguez, que eran
profesores, me tomaron mucho cariño. Yo entonces me convierto en un rebelde,
porque me sentía muy importante, muy novedoso.
El show, 1965 |
K. Ch.: Rápidamente te integras al medio plástico caraqueño. Expones en la Galería Pez Dorado.
D. B.: Sí, y
mi estilo estaba cambiando, porque aunque yo llego a Caracas con un estilo
asociado al pop-art, a medida que me relaciono con Borges y Régulo mi estilo se
va hacia el expresionismo. Es importante señalar que por esta época [1966], se
da la revuelta en la Escuela de Artes Plásticas. Todos los alumnos de la
escuela nos “apertrechamos” en el Pez Dorado, junto a los profesores rebeldes
—Jabobo Borges, Régulo Pérez, Manuel Espinoza, entre otros—, protestando porque
se había introducido en la escuela una especie de bachillerato, no queríamos la
enseñanza en un liceíto artístico, como lo llamé yo en su momento. Yo creo que
lo bello de la experiencia del Pez Dorado fue que alumnos y artistas de
trayectoria nos convertimos en un grupo muy amistoso donde aprendimos mucho en
común.
K.Ch.: Sin embargo, más tarde, con la Miss Garbo vuelves de nuevo a conectarte con el pop.
D. B.: La Miss Garbo vino un poco inspirada por un
traje que yo había hecho para un desfile de modas y que tenía muchos
compartimientos de los que aparecían ratones, o una plancha, o el retrato del
James Bond de la época para sacarlo a pasear con una cadenita. De eso deriva Miss Garbo. Las gavetas de la obra
tenían lo siguiente: una especie de figuras vegetal que tenía un candado en la
boca, como representando el silencio de la Garbo; a su lado había un corazón
con una caja de seguridad con combinación, señalando lo que para mí significaba
Hollywood. También tenía una jaula de pájaros artificiales. Del otro lado había
una gaveta con el díptico diseñado por John Lange que la gente podía tomar, y
que hablaba de cómo la Garbo había influenciado la vida de la mujer
norteamericana. Otro compartimiento tenía un pie, relacionado con algo que yo
descubrí como dato biográfico de la Garbo y es que ella siempre sintió un gran
complejo por sus grandes pies. Finalmente aparece una caja de galletas, de
golosinas, que se relacionaba con la artificialidad de Hollywood. Además las
gavetas tenían unos huecos para abrirlas, mediante los cuales yo quería activar
reminiscencias sexuales. Al final, uno podía cerrar la obra, a manera de un closet, y entonces la Garbo se mostraba
con su tradicional blazer y su
sombrero.
Miss Garbo, 1968 |
K.Ch.: ¿Esos objetos estuvieron influenciados por las propuestas que en ese entonces estaba adelantando Mario Abreu?
D.B.: Sí, yo
tuve una gran influencia de Mario, quien fue mi amigo y nos quisimos mucho.
Conocí a Mario porque su sobrino era mi amigo y yo solía ir mucho a su casa,
dormí varias veces en su taller, y tuve una gran amistad con él y con toda su
familia. La primera vez que vi objetos los vi en el taller de Mario, cuando ni
siquiera él los había expuesto en Venezuela. El grupo de Los Expansionistas,
donde estaba Omar Carreño y otros, que hacían arte constructivo-cinético para
ser manipulado por el espectador, más la influencia de Mario Abreu, me
motivaron todas estas búsquedas en lo objetual y en la participación de la
gente. Mario influenció en mí en los objetos, pero también en los pasteles,
aunque no puede decirse que yo haya seguido los preceptos de Mario.
K. Ch.: Después tu obra se va transformando, como pudo observarse en la muestra que hiciste en la Polo & Bot en 1968.
D.B.: Sí, ya ahí había una distorsión
de la figura, Fíjate que yo creo que uno de los pocos que ha entendido la
monstruosidad de los personajes dentro del ambiente plástico venezolano he sido
yo. En la época se deformaba la figura pero como una vía de hacer crítica
social, no atendiendo a una deformación de la condición humana del ser, que es
universal.
Mon amour, 1969 |
K. Ch.: Estos dibujos de la Polo & Bot también muestran una voluntad de organización espacial particular ¿Qué buscabas expresar en ellos?
D. B.: Es
importante apuntar que a mí siempre me importó la complejidad del espacio
pictórico. Por eso en ellos se reiteran los contrastes blanco-negro, figura-fondo,
el juego de colocar la figura como en el aire. La idea mía en esa época era que
al colocar a los personajes en relación con el círculo yo creaba un espacio,
digamos, ambiguo, infinito. Además, como te apunté antes, me interesaba la
deformación del personaje. Esos círculos van conformando una especie de
deformación de la figura, que hace un contraste de la limpieza formal del
círculo, y logra una diferenciación de la figura con el fondo.
Entrevista realizada por Katherine Chacón el 19 de abril de 2000, en el
taller del artista, ubicado en Urbanización Piedra Azul de Baruta, estado Miranda (Caracas - Venezuela).
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