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1 de marzo de 2013

Antonio Edmundo Monsanto y su legado*


«No hay que pensar, sin embargo, que esa pasión sin equívoco por la pintura, 
lo llevaba a ser un maniático del tema. 
Parecía más bien dedicado a protegerlo...» 
Alejandro Otero. «Antonio Edmundo Monsanto»
 
«Su sociedad era, por lo tanto, como una 
regocijada academia trashumante...» 
Fernando Paz Castillo. «Antonio Edmundo Monsanto»


Semblanza de un hombre poco común


Como «enigmático y secreto» lo describió Alejandro Otero, en una frase que deja entrever su fascinación –y acaso su agradecimiento– por este hombre peculiar. Antonio Edmundo Monsanto no fue, en modo alguno, una persona común. Una mezcla de introversión y fina sapiencia podría darnos una pista sobre su carácter. Habría que añadir, sin embargo, su inclinación al humorismo, su «alma sensitiva», su temperamento reflexivo, su amor al misterio y su buen corazón.

Tenía hermosos ojos, enormes y somnolientos, bajo cejas muy abundantes. Su frente era amplia y sus rasgos finos. De joven, era delgado, contextura que fue perdiendo con los años, cuando su abdomen se hizo un poco prominente. Pero era su rostro lo que le daba un aire especial, sobre todo la mirada, profunda y calma. Por esos grandes ojos, y por su actitud parsimoniosa, sus compañeros de juventud lo llamaron cariñosamente «El Buey».

Monsanto en la época en que dirigía la
 Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas

Provenía de una familia de destacados maestros, entre los que sobresalieron su madre y su tía Amelia, quienes lo habían criado. Nació y creció en la Caracas de antaño, la de amplios caserones y costumbres provincianas. Se educó en algunos de los mejores colegios de la época, y persistió en el estudio a través de innumerables lecturas de todo tipo. Aunque nunca viajó fuera del país, poseyó una «intuición cosmopolita» que según Fernando Paz Castillo, lo llevó a ser «uno de nuestros espíritus modernos mejor caracterizados».

Era dueño de una amplísima cultura, sobre todo en cuanto a temas de arte. Para muchos, fue un verdadero sabio, un espíritu dotado de una inusual claridad intelectual y un profundo sentido de justicia crítica. «De allí –señala Paz Castillo– que su palabra se aceptara, sin recelos ni apariencia de ellos, como un dogma, en materia de arte, entre allegados y extraños». No ha de extrañarnos entonces encontrar el testimonio de Alejandro Otero, ya en sus años de madurez, cuando lo rememoraba con la emoción de quien se reconoce discípulo y quizás par: «...nunca tuve dudas de estar frente al hombre más sabio en cuestiones de arte, al más denso, al de los juicios más certeros e irrefutables que haya conocido».

Asimismo, Antonio Edmundo Monsanto es recordado por su generosidad al compartir conocimientos. Cuentan que, a pesar de ser notoria su dificultad para expresarse verbalmente, era francamente abierto al momento de conversar sobre arte, enseñando a mirar, guiando la intuición, aclarando conceptos, aguijoneando la curiosidad intelectual del escucha.

Desde sus años mozos, su cultura y agudeza intelectual le valieron el respeto de sus amigos y condiscípulos, sobre todo porque siempre las acompañó un genuino afán de enseñar, de ampliar los horizontes, las miradas, los gustos. No obstante, sus juicios críticos eran estrictos. Al abordar la obra de compañeros y amigos –y también la de los grandes pintores– sugería con comprensión, pero sin hacer concesiones. «No le regalaba nada a nadie» ha señalado Otero, en referencia a su manera de analizar la obra de arte. Y Mateo Manaure apunta: «Su palabra tenía el aliento y el juicio que nos estimulaba a seguir batallando. Sus consejos eran claros, contundentes, precisos».

Pero Monsanto también fue un artista. «Pintor de obras maestras» lo llamó Alejandro Otero, en un momento en que buena parte de la crítica nacional menospreciaba su pintura frente a su labor pedagógica. Sin embargo, su obra, poco conocida y difundida, adquiere a la luz de miradas sensibles como la de Otero y otros, la densidad que le otorga la tremenda preocupación estética y el rigor constructivo con que fue creada.


Un joven inquieto en una ciudad de techos rojos


Siendo apenas un adolescente, Antonio Edmundo Monsanto descubrió que su destino estaba ligado al arte. Algunos señalan, que aún iba al colegio cuando comenzó a asistir a la Academia de Bellas Artes, entonces dirigida por Emilio Mauri. Aunque plegado a las prácticas rigurosas del arte decimonónico, el ambiente de la Academia para aquel entonces dejaba cierta libertad a los estudiantes, ya que el temperamento docente de Mauri no gustaba de la censura ni el dogmatismo.

Podemos imaginarnos al joven Monsanto, de paltó y sombrero de pajilla, interesado en aprender todos los secretos de la pintura, devorando libros de historia del arte, y buscando por doquier información al día.

Calle de La Guaira, 1920

Al principio, su estilo estuvo comprensiblemente influenciado por la doctrina académica. En su pequeño óleo Flor de 1905, por ejemplo, el tema, los tonos y el predominio de lo dibujístico sobre lo pictórico, dejan entrever estas enseñanzas. No obstante, muy pronto el inquieto joven comienza a interesarse por el paisaje, realizando a partir de 1906 sus primeros cuadros al aire libre. Algunos críticos han señalado que en esta etapa Monsanto tuvo influencia de Tovar y Tovar, el pintor venezolano que mayor admiración le merecía, lo que quizás se comprenda por ser éste, de hecho, el gran precursor del paisajismo en nuestro país. Cierto parentesco cromático con Tovar puede apreciarse en cuadros como Paisaje, realizado alrededor de 1906.

Y no deja de sorprendernos que obras tan disímiles como Paisaje, Autorretrato y Sabana del Blanco, daten de la misma época. Indican, de seguro, permanentes búsquedas de un estilo propio, de una expresión inobjetable.

Iglesia del Carmen, 1920. 
Col. Fundación Museos Nacionales, Caracas

Pero la gran inquietud plástica de Monsanto encuentra una barrera infranqueable cuando, tras la muerte de Emilio Mauri, la Academia pasa a ser dirigida por Antonio Herrera Toro, pintor «de carácter adusto y opuesto a todo deseo de liberación y cambio». Casi de inmediato se produce entre el alumnado un rechazo al contenido de los programas. Además, «...fueron eliminadas algunas becas y recompensas, así como los concursos y ciertas materias. Los alumnos se quejaban de la organización administrativa y educativa de la Academia, y solicitaron ante el Ministerio de Instrucción Pública la destitución de su director. Las protestas se hicieron por escrito y verbalmente. Los requerimientos, con todo, no fueron atendidos»[1].

Como consecuencia de esto, muchos alumnos, incluyendo a Monsanto, deciden abandonar la Academia y seguir su destino artístico por cuenta propia. Presumimos que fue éste un período de frecuentes e interesantes discusiones estéticas entre los jóvenes rebeldes. No olvidemos que Monsanto ya los lideraba, debido tanto a sus amplios conocimientos de pintura y su lucidez crítica, como a su «severa actitud magistral, pero sin pedantería».

Alrededores del Cementerio de los Hijos de Dios, 1908

De esta época data uno de sus cuadros más hermosos y sorprendentemente audaces: Techos (1909). En él, el artista «cortó» la imagen, a la manera de los postimpresionistas, con los bordes del cuadro. Desaparecen el motivo central y los planos en perspectiva para dar paso a una vista parcial de los altos de unas casas: muros y aleros de tejas rojas se hallan magistralmente compuestos, convirtiéndose en campos de color que parecieran evadir la representación, en la que el artista desplegó, además, un soberbio juego de luces y sombras.

Gracias a los recuerdos de Fernando Paz Castillo nos es posible imaginar a Monsanto por estos años, caminando junto a sus amigos, casi todos ex alumnos de la Academia, por las calles de la vieja Caracas, conversando amenamente sobre problemas de arte. Este grupo de jóvenes es el que formará, en 1912, el Círculo de Bellas Artes.

La historia de su creación ha sido ampliamente relatada. Lo que nos interesa comentar aquí es el papel jugado por Antonio Edmundo Monsanto dentro de un grupo que actuó como el primer movimiento de ruptura de la historia del arte nacional, logrando deslastrar las tradiciones decimonónicas, para forjar una tradición nueva y nacional: el paisajismo.

La presencia de Antonio Edmundo Monsanto será vital para la conceptualización, formación y cohesión del grupo. Así nos lo han dejado saber un sinnúmero de testimonios que hablan de la importancia de su presencia por estos años. Para Enrique Planchart «Monsanto [...] parecía asumir la dirección del grupo», siendo él y Cabré, «los de espíritu más alerta»; López Méndez lo ubica como «la figura central entre los fundadores del Círculo»; Paz Castillo lo llama «el alma intelectual del Círculo». Según Mateo Manaure, Monsanto «fue el impulsor teórico del Círculo de Bellas Artes [...pues] su gran sabiduría sirvió para dar consistencia a las inquietudes de quienes fueron sus compañeros». Juan Calzadilla y Perán Erminy reflexionan: «De los pintores del Círculo, Antonio Edmundo Monsanto era indudablemente el más culto y de allí que le haya correspondido, a despecho de su carácter tímido, asumir un papel teórico en la orientación de su generación». Más recientemente, las investigadoras de la Galería de Arte Nacional, Yasminy Pérez y Johanna Salerno, escribieron, respectivamente: «...Manuel Cabré y Antonio Edmundo Monsanto se convierten en los líderes [del Círculo] desde el punto de vista plástico»[2], y «...la presencia de Antonio Edmundo Monsanto contribuyó a la formación teórica de los miembros del Círculo, Monsanto era un gran investigador que conocía y tenía acceso a publicaciones artísticas europeas. Sus conocimientos fomentaron el rompimiento con la Academia y propiciaron las indagaciones pictóricas experimentadas por los pintores del grupo».[3]

Hay que señalar asimismo que el Círculo impulsó un cambio radical en la manera de concebir el arte, la pintura, y al artista mismo, trayendo la frescura y sencillez, de la realidad y de lo propio. Lograron escapar de lo que Picón-Salas denominó el «mundo pretenciosamente macrocósmico» del academicismo, para sumirse en el «alma del paisaje», a través de una mirada introspectiva que requiere estudiarse para comprender buena parte de la evolución del arte venezolano del siglo XX.

Aunque el Círculo de Bellas Artes tuvo corta duración, puede afirmarse que toda la obra de Monsanto, es susceptible de ser entendida dentro de los parámetros que rigieron las indagaciones del grupo. Un amplísimo panorama de resoluciones plásticas puede verse en obras que datan del período comprendido entre 1912 y 1920. Entre la rigurosa composición fraguada a través de líneas ortogonales que vemos en el lienzo Las velas, de 1913, y la espontánea Marina (ca. 1920) ejecutada con rápidos trazos, a la manera de Reverón, existe una serie de cuadros que difícilmente pueden ser agrupados bajo una misma propuesta estilística.

Ciertamente, mucho influyeron en él –además de su connatural inquietud estética–, las propuestas que trajeron consigo Mützner, Ferdinandov y, más tarde, Boggio. Al contacto con los artistas extranjeros, a los que lo unió una estrecha amistad, Monsanto experimentaba nuevos caminos para su expresión, pasando por momentos impresionistas, puntillistas, cézanneanos, entre otros.

Para muchos, 1920 es el año más destacado de su producción. El artista había logrado alcanzar una depurada técnica que plasmó en hermosos paisajes. Pero obras como Calle de La Guaira, Iglesia del Carmen, Quebrada de Sabana del Blanco y Alfarería, si bien muestran una madurez técnica y un amplio dominio compositivo, denotan, como corpus, la poca cohesión estilística que seguía torturando al sabio pintor.

No es de extrañar por ende, que este año marque también el inicio de su tremenda crisis vocacional.


Un artista que no se encontró


Al parecer, desde 1920 Antonio Edmundo Monsanto comenzó a autodefinirse –no sin gran carga de ironía– como un «ex pintor». Pintó mucho por esta época, pero destruyó casi todo cuanto creó. Claramente puede entenderse que el artista atravesaba por una severa etapa de autocrítica, en la que ya nada de lo que hacía parecía satisfacer su refinado gusto artístico.

La intensa inquietud estética de Monsanto lo había llevado a indagar, dentro de las limitaciones del contexto en que le tocó vivir, las más diversas posibilidades de la representación. José Antonio Calcaño señaló acertadamente que ese abordaje de nuevas maneras y técnicas había sido producto de su «afán de depuración y desarrollo de su propia expresión [... como si] lo que él quisiera expresar lo tiene tan profundamente internado dentro de sí mismo, que se le hace necesario experimentar, idear nuevos intentos, para llegar a exteriorizar con precisión su recóndita intención plástica»[4].

Caracas (Camino), 1919
 Col. Fundación Museos Nacionales, Caracas

Para Alejandro Otero, Monsanto «prácticamente no se repitió jamás», y quizás hallemos en esta afirmación el misterio que encubrió su destino artístico. El rigor conceptual de Monsanto, su atinado sentido crítico, debió influir en el surgimiento, dentro de su alma, de un perenne sentimiento de insatisfacción frente a lo creado; después de años de ejercicio artístico, acaso la severidad crítica del artista trocó su incesante búsqueda de una expresividad propia, de un estilo, en una prueba definitiva de su incapacidad para lograrlos. Así, poco a poco Monsanto se aleja de la pintura, abandonándola casi totalmente para finales de la década de 1920.

Pero sería un error pensar que su alejamiento de la pintura fue radical. Su amor al arte sólo tomó nuevos derroteros. Con ahínco se dedicó al estudio y a la lectura; ejerció la crítica de arte, siendo colaborador frecuente de varias publicaciones, y también trabajó la restauración.


El rebelde vuelve a la Academia


Tras la muerte de Juan Vicente Gómez, ocurrida en diciembre de 1935, surge un nuevo régimen decidido a impulsar el desarrollo del país después de tantos años de aislamiento y opresión. El General Eleazar López Contreras asume la Presidencia de la República en 1936, y como vía de promover la modernización cultural de la nación, nombra a Rómulo Gallegos Ministro de Educación. 

Gallegos había sido amigo de Monsanto desde la época del Círculo de Bellas Artes, y conocía bien la vastedad de su cultura y sus dotes de pedagogo. Decide nombrarlo Director de la Academia de Bellas Artes que, por iniciativa suya, pasa a llamarse Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas.

El nombramiento de Monsanto en la Dirección de la Escuela, imprimió un giro decisivo a la institución, marcando, debido a su función dentro de la formación de los artistas nacionales, un enorme progreso para la plástica venezolana. Las reformas que propulsó fueron numerosas y muy audaces.

Para Miguel Arroyo, una de las primeras transformaciones introducidas por Monsanto estuvo referida a la información. Conocedor de las carencias que en este campo enfrentaban artistas y estudiantes de arte, Monsanto acometió una verdadera cruzada para propiciar medios que permitieran a los interesados acceder a información actualizada sobre arte. «A los pocos días de asumir el cargo –señala Arroyo– [...] aparecieron en los corredores de la Escuela, reproducciones a color y de buen tamaño de obras impresionistas y post-impresionistas». Y más adelante añade: «Por medio de reproducciones, de libros (la Biblioteca se inició en ese período), de charlas acerca del arte de todos los tiempos y, finalmente, por la creación de la Cátedra de Historia del Arte, la Escuela rompió el cerco establecido por la Academia.»[5].

Antonio Edmundo Monsanto

Las reformas en cuanto a la información introducidas por Monsanto abarcaban también la conformación de un cuerpo docente de excelencia. Intelectuales de la talla de Mariano Picón-Salas, José Nucete Sardi, Enrique Planchart y Edoardo Crema, compartían la labor docente con artistas como Marcos Castillo, César Prieto, Rafael Ramón González, Pedro Ángel González, Francisco Narváez, entre muchos otros. Del sur, y por sugerencia de Picón-Salas, llegó la llamada «misión chilena», liderizada por Armando Lira, a quien secundaban los pintores Marcos Bontá y Mario Inostroza.

Monsanto también creó una extensa biblioteca, la primera especializada en artes en el país. Se las arreglaba para sostener intercambios con revistas internacionales y enriquecerla con adquisiciones y donaciones.

La reforma de la Academia partió de la redacción de un nuevo reglamento que especificaba que la institución era un organismo público cuyos fines estaban dirigidos a contribuir al desarrollo cultural y artístico de la Nación. Estos estatutos reglamentaban, además, el plan de estudios, procesos de inscripción, exámenes, administración y normas generales.

Marina, s/f

Así, la Escuela se organizó en tres secciones: Arte Puro, Arte Aplicado y Formación de Profesores de Dibujo y Artes Manuales. Aparte de los talleres tradicionales, la Sección de Arte puro incluía asignaturas como teorías artísticas, pintura mural, psicología del arte y dibujo ornamental. El propio Monsanto dictaba las cátedras de Composición y Análisis plásticos, así como las sesiones de crítica de arte. La Sección de Arte Aplicado ofrecía talleres de grabado, cerámica, vitral, esmalte, artes textiles y escenografía. Su creación fue importantísima no sólo porque contribuyó enormemente a la valorización y comprensión de las artesanías y artes aplicadas en Venezuela, sino que dio a muchos la oportunidad de aprender un oficio que les permitiera acceder a mediano plazo al mercado laboral sin ir en contra de su vocación. Sin duda, que «...él fue el responsable de un pensum que incluía todas las materias que una buena escuela de pintura y escultura debía ofrecer, incluyendo la indispensable Historia del Arte»[6].

Una de las labores más importantes llevadas a cabo por Monsanto fue su iniciativa de crear una sección dedicada a la Formación de Profesores en Dibujo y Artes Manuales, con el fin de que se promoviera la enseñanza de las artes a todo nivel, sobre todo en escuelas y liceos. También a Monsanto se le debe la iniciativa de crear los Salones Oficiales Anuales de Arte, así como la instauración de los premios de estímulo para pintores nacionales.

La labor de Antonio Edmundo Monsanto como Director de la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas puede considerarse hoy como un hecho decisivo para el desarrollo del arte nacional de la segunda mitad del siglo XX. Sus reformas no sólo contribuyeron a modernizar el sistema de enseñanza artística en el país, sino que repercutieron enormemente en la evolución y transformación de nuestras concepciones estéticas.

Toda una generación de artistas venezolanos –Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez, Alejandro Otero, Mercedes Pardo, Carlos González Bogen, Mateo Manaure, Luis Guevara Moreno, Héctor Poleo, entre otros–, fue formada bajo la tutela de este sabio. Sus trayectorias dan fe de la buena guía de este maestro ejemplar.


Maestro Monsanto


Cuando estudiamos retrospectivamente los fundamentos en que se basa la actualidad plástica venezolana, la figura de Antonio Edmundo Monsanto destaca en toda su dimensión histórica.

Antonio Edmundo Monsanto fue un hombre excepcional. Podemos afirmar sin duda que su figura se sitúa como introductora de los anhelos de modernidad en la cultura nacional, y en este sentido, su labor docente fue punta de lanza de la apertura a las ideas modernas en nuestro arte. Tenía razón Mateo Manaure cuando afirmaba que las «artes plásticas nacionales deben a este otro gran olvidado artista nuestro, mucho del gran impulso creador que hoy sostiene y da vigor a nuestro arte».

Por su legado intelectual y por la gentileza de su persona, será siempre recordado con respeto y afecto por quienes le conocieron o se acercaron de algún modo a su obra y a su historia.

Katherine Chacón

[1] SALERNO, Johanna: «Lecturas del Arte Nacional. El Círculo de Bellas Artes», tomado de: Galería de Arte Nacional: Los maestros del Círculo de Bellas Artes. Catálogo de la exposición itinerante homónima, Caracas, 1993, Exp. Nº 143, Cat. Nº 137, p. 74.
[2] Ver: PÉREZ, Yasminy, en: Galería de Arte Nacional: Cabré y Monsanto, hacia la reinvención del paisaje. Catálogo de la exposición homónima, Caracas, del 22 de abril al 3 de junio de 1990, Exp. Nº 107, Cat. Nº 102, p. 14.
[3] SALERNO, Johanna: ibídem.
[4] CALCAÑO, José Antonio: Texto para el catálogo de la Exposición-Homenaje de las pinturas de Antonio Edmundo Monsanto 1890-1948, Sala de Exposiciones de la Fundación Eugenio Mendoza, Caracas, 14 al 30 de mayo de 1958, p. 8.
[5] ARROYO, Miguel: «La Academia de Bellas Artes de Caracas y su reforma en 1936», en: Arte, Educación y Museología, Estudios y Polémicas, 1948-1988, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Serie Estudios, monografías y ensayos, Caracas, 1989, p. 178.
[6] ARROYO, Miguel: «Recordando a Antonio Edmundo Monsanto», en El Nacional, Caracas, 29 de septiembre de 2001, Papel Literario.

*Este texto, «Antonio Edmundo Monsanto y su legado» fue originalmente publicado en el catálogo de la exposición homónima curada por mí y realizada en la Fundación Provincial, del 8 de octubre al 8 de diciembre de 2002, en Caracas. El catálogo también recoge una selección de textos críticos y una cronología del maestro.

© Katherine Chacón

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