«No hay que pensar, sin embargo, que esa pasión sin equívoco por la pintura,
lo llevaba a ser un maniático del tema.
lo llevaba a ser un maniático del tema.
Parecía más bien dedicado a protegerlo...».
Alejandro Otero. «Antonio Edmundo Monsanto»
«Su sociedad era, por lo tanto, como una
regocijada academia trashumante...»
Fernando Paz Castillo. «Antonio Edmundo Monsanto»
Semblanza de un hombre poco común
Como «enigmático y
secreto» lo describió Alejandro Otero, en una frase que deja entrever su
fascinación –y acaso su agradecimiento– por este hombre peculiar. Antonio
Edmundo Monsanto no fue, en modo alguno, una persona común. Una mezcla de
introversión y fina sapiencia podría darnos una pista sobre su carácter. Habría
que añadir, sin embargo, su inclinación al humorismo, su «alma sensitiva», su
temperamento reflexivo, su amor al misterio y su buen corazón.
Tenía hermosos
ojos, enormes y somnolientos, bajo cejas muy abundantes. Su frente era amplia y
sus rasgos finos. De joven, era delgado, contextura que fue perdiendo con los
años, cuando su abdomen se hizo un poco prominente. Pero era su rostro lo que
le daba un aire especial, sobre todo la mirada, profunda y calma. Por esos
grandes ojos, y por su actitud parsimoniosa, sus compañeros de juventud lo llamaron
cariñosamente «El Buey».
Monsanto en la época en que dirigía la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas |
Provenía de una familia de destacados maestros, entre los que sobresalieron su madre y su tía Amelia, quienes lo habían criado. Nació y creció en la Caracas de antaño, la de amplios caserones y costumbres provincianas. Se educó en algunos de los mejores colegios de la época, y persistió en el estudio a través de innumerables lecturas de todo tipo. Aunque nunca viajó fuera del país, poseyó una «intuición cosmopolita» que según Fernando Paz Castillo, lo llevó a ser «uno de nuestros espíritus modernos mejor caracterizados».
Era dueño de una
amplísima cultura, sobre todo en cuanto a temas de arte. Para muchos, fue un
verdadero sabio, un espíritu dotado de una inusual claridad intelectual y un
profundo sentido de justicia crítica. «De allí –señala Paz Castillo– que su
palabra se aceptara, sin recelos ni apariencia de ellos, como un dogma, en
materia de arte, entre allegados y extraños». No ha de extrañarnos entonces encontrar el testimonio de Alejandro
Otero, ya en sus años de madurez, cuando lo rememoraba con la emoción de quien
se reconoce discípulo y quizás par: «...nunca tuve dudas de estar frente al hombre más sabio en cuestiones de arte,
al más denso, al de los juicios más certeros e irrefutables que haya conocido».
Asimismo, Antonio Edmundo Monsanto es recordado por su generosidad al
compartir conocimientos. Cuentan que, a pesar de ser notoria su dificultad para
expresarse verbalmente, era francamente abierto al momento de conversar sobre
arte, enseñando a mirar, guiando la intuición, aclarando conceptos,
aguijoneando la curiosidad intelectual del escucha.
Desde sus años
mozos, su cultura y agudeza intelectual le valieron el respeto de sus amigos y
condiscípulos, sobre todo porque siempre las acompañó un genuino afán de
enseñar, de ampliar los horizontes, las miradas, los gustos. No obstante, sus juicios críticos eran estrictos. Al abordar la obra de
compañeros y amigos –y también la de los grandes pintores– sugería con
comprensión, pero sin hacer concesiones. «No le regalaba nada a nadie» ha
señalado Otero, en referencia a su manera de analizar la obra de arte. Y Mateo
Manaure apunta: «Su palabra tenía el aliento y el juicio que nos estimulaba a
seguir batallando. Sus consejos eran claros, contundentes, precisos».
Pero Monsanto también fue un artista. «Pintor de obras maestras» lo llamó
Alejandro Otero, en un momento en que buena parte de la crítica nacional
menospreciaba su pintura frente a su labor pedagógica. Sin embargo, su obra,
poco conocida y difundida, adquiere a la luz de miradas sensibles como la de
Otero y otros, la densidad que le otorga la tremenda preocupación estética y el
rigor constructivo con que fue creada.
Un joven inquieto en una ciudad de techos rojos
Siendo apenas un adolescente, Antonio Edmundo Monsanto descubrió que su
destino estaba ligado al arte. Algunos señalan, que aún iba al colegio cuando
comenzó a asistir a la Academia de Bellas Artes, entonces dirigida por Emilio
Mauri. Aunque plegado a las prácticas rigurosas del arte decimonónico, el ambiente
de la Academia para aquel entonces dejaba cierta libertad a los estudiantes, ya
que el temperamento docente de Mauri no gustaba de la censura ni el dogmatismo.
Podemos imaginarnos al joven Monsanto, de paltó y sombrero de
pajilla, interesado en aprender todos los secretos de la pintura, devorando
libros de historia del arte, y buscando por doquier información al día.
Calle de La Guaira, 1920 |
Al principio, su estilo estuvo comprensiblemente influenciado por la doctrina académica. En su pequeño óleo Flor de 1905, por ejemplo, el tema, los tonos y el predominio de lo dibujístico sobre lo pictórico, dejan entrever estas enseñanzas. No obstante, muy pronto el inquieto joven comienza a interesarse por el paisaje, realizando a partir de 1906 sus primeros cuadros al aire libre. Algunos críticos han señalado que en esta etapa Monsanto tuvo influencia de Tovar y Tovar, el pintor venezolano que mayor admiración le merecía, lo que quizás se comprenda por ser éste, de hecho, el gran precursor del paisajismo en nuestro país. Cierto parentesco cromático con Tovar puede apreciarse en cuadros como Paisaje, realizado alrededor de 1906.
Y no deja de sorprendernos que obras tan disímiles como Paisaje, Autorretrato
y Sabana del Blanco, daten de la misma época. Indican, de seguro,
permanentes búsquedas de un estilo propio, de una expresión inobjetable.
Iglesia del Carmen, 1920. Col. Fundación Museos Nacionales, Caracas |
Pero la gran inquietud plástica de Monsanto encuentra una barrera infranqueable cuando, tras la muerte de Emilio Mauri, la Academia pasa a ser dirigida por Antonio Herrera Toro, pintor «de carácter adusto y opuesto a todo deseo de liberación y cambio». Casi de inmediato se produce entre el alumnado un rechazo al contenido de los programas. Además, «...fueron eliminadas algunas becas y recompensas, así como los concursos y ciertas materias. Los alumnos se quejaban de la organización administrativa y educativa de la Academia, y solicitaron ante el Ministerio de Instrucción Pública la destitución de su director. Las protestas se hicieron por escrito y verbalmente. Los requerimientos, con todo, no fueron atendidos»[1].
Como consecuencia de esto, muchos alumnos, incluyendo a Monsanto, deciden
abandonar la Academia y seguir su destino artístico por cuenta propia.
Presumimos que fue éste un período de frecuentes e interesantes discusiones
estéticas entre los jóvenes rebeldes. No olvidemos que Monsanto ya los
lideraba, debido tanto a sus amplios conocimientos de pintura y su lucidez
crítica, como a su «severa actitud magistral, pero sin pedantería».
Alrededores del Cementerio de los Hijos de Dios, 1908 |
De esta época data uno de sus cuadros más hermosos y sorprendentemente audaces: Techos (1909). En él, el artista «cortó» la imagen, a la manera de los postimpresionistas, con los bordes del cuadro. Desaparecen el motivo central y los planos en perspectiva para dar paso a una vista parcial de los altos de unas casas: muros y aleros de tejas rojas se hallan magistralmente compuestos, convirtiéndose en campos de color que parecieran evadir la representación, en la que el artista desplegó, además, un soberbio juego de luces y sombras.
Gracias a los recuerdos de Fernando Paz Castillo nos es posible imaginar a
Monsanto por estos años, caminando junto a sus amigos, casi todos ex alumnos de
la Academia, por las calles de la vieja Caracas, conversando amenamente sobre
problemas de arte. Este grupo de jóvenes es el que formará, en 1912, el Círculo de Bellas
Artes.
La historia de su creación ha sido ampliamente relatada. Lo que nos
interesa comentar aquí es el papel jugado por Antonio Edmundo Monsanto dentro
de un grupo que actuó como el primer movimiento de ruptura de la historia del
arte nacional, logrando deslastrar las tradiciones decimonónicas, para forjar
una tradición nueva y nacional: el paisajismo.
La presencia de Antonio Edmundo Monsanto será vital para la
conceptualización, formación y cohesión del grupo. Así nos lo han dejado saber
un sinnúmero de testimonios que hablan de la importancia de su presencia por
estos años. Para Enrique Planchart «Monsanto [...] parecía asumir la dirección
del grupo», siendo él y Cabré, «los de espíritu más alerta»; López Méndez lo
ubica como «la figura central entre los fundadores del Círculo»; Paz Castillo lo llama «el alma intelectual del Círculo». Según Mateo Manaure, Monsanto «fue
el impulsor teórico del Círculo de Bellas Artes [...pues] su gran sabiduría
sirvió para dar consistencia a las inquietudes de quienes fueron sus
compañeros». Juan Calzadilla y Perán Erminy reflexionan: «De los pintores del
Círculo, Antonio Edmundo Monsanto era indudablemente el más culto y de allí que
le haya correspondido, a despecho de su carácter tímido, asumir un papel
teórico en la orientación de su generación». Más recientemente, las
investigadoras de la Galería de Arte Nacional, Yasminy Pérez y Johanna Salerno,
escribieron, respectivamente: «...Manuel Cabré y Antonio Edmundo Monsanto se convierten en los líderes [del Círculo] desde el punto de vista plástico»[2],
y «...la presencia de Antonio Edmundo Monsanto contribuyó a la formación
teórica de los miembros del Círculo, Monsanto era un gran investigador que
conocía y tenía acceso a publicaciones artísticas europeas. Sus conocimientos
fomentaron el rompimiento con la Academia y propiciaron las indagaciones
pictóricas experimentadas por los pintores del grupo».[3]
Hay que señalar asimismo que el Círculo impulsó un cambio radical en la
manera de concebir el arte, la pintura, y al artista mismo, trayendo la
frescura y sencillez, de la realidad y de lo propio. Lograron escapar de lo que
Picón-Salas denominó el «mundo pretenciosamente macrocósmico» del academicismo,
para sumirse en el «alma del paisaje», a través de una mirada introspectiva que
requiere estudiarse para comprender buena parte de la evolución del arte
venezolano del siglo XX.
Aunque el Círculo de Bellas Artes tuvo corta duración, puede afirmarse que
toda la obra de Monsanto, es susceptible de ser entendida dentro de los
parámetros que rigieron las indagaciones del grupo. Un amplísimo panorama de
resoluciones plásticas puede verse en obras que datan del período comprendido
entre 1912 y 1920. Entre la rigurosa composición fraguada a través de líneas
ortogonales que vemos en el lienzo Las velas, de 1913, y la espontánea Marina
(ca. 1920) ejecutada con rápidos trazos, a la manera de Reverón,
existe una serie de cuadros que difícilmente pueden ser agrupados bajo una
misma propuesta estilística.
Ciertamente, mucho influyeron en él –además de su connatural inquietud
estética–, las propuestas que trajeron consigo Mützner, Ferdinandov y, más
tarde, Boggio. Al contacto con los artistas extranjeros, a los que lo unió una
estrecha amistad, Monsanto experimentaba nuevos caminos para su expresión,
pasando por momentos impresionistas, puntillistas, cézanneanos, entre otros.
Para muchos, 1920 es el año más destacado de su producción. El artista
había logrado alcanzar una depurada técnica que plasmó en hermosos paisajes.
Pero obras como Calle de La Guaira, Iglesia del Carmen, Quebrada
de Sabana del Blanco y Alfarería, si bien muestran una madurez
técnica y un amplio dominio compositivo, denotan, como corpus, la poca
cohesión estilística que seguía torturando al sabio pintor.
No es de extrañar por ende, que este año marque también el inicio de su
tremenda crisis vocacional.
Un artista que no se encontró
Al parecer, desde 1920 Antonio Edmundo Monsanto comenzó a autodefinirse –no sin gran carga de ironía– como un «ex pintor». Pintó mucho por esta época, pero destruyó casi todo cuanto creó. Claramente puede entenderse que el artista atravesaba por una severa etapa de autocrítica, en la que ya nada de lo que hacía parecía satisfacer su refinado gusto artístico.
La intensa inquietud estética de Monsanto lo había llevado a indagar,
dentro de las limitaciones del contexto en que le tocó vivir, las más diversas
posibilidades de la representación. José Antonio Calcaño señaló acertadamente
que ese abordaje de nuevas maneras y técnicas había sido producto de su «afán
de depuración y desarrollo de su propia expresión [... como si] lo que él
quisiera expresar lo tiene tan profundamente internado dentro de sí mismo, que
se le hace necesario experimentar, idear nuevos intentos, para llegar a
exteriorizar con precisión su recóndita intención plástica»[4].
Caracas (Camino), 1919 Col. Fundación Museos Nacionales, Caracas |
Para Alejandro Otero, Monsanto «prácticamente no se repitió jamás», y
quizás hallemos en esta afirmación el misterio que encubrió su destino
artístico. El rigor conceptual de Monsanto, su atinado sentido crítico, debió
influir en el surgimiento, dentro de su alma, de un perenne sentimiento de
insatisfacción frente a lo creado; después de años de ejercicio artístico,
acaso la severidad crítica del artista trocó su incesante búsqueda de una
expresividad propia, de un estilo, en una prueba definitiva de su incapacidad
para lograrlos. Así, poco a poco Monsanto se aleja de la pintura, abandonándola casi
totalmente para finales de la década de 1920.
Pero sería un error pensar que su alejamiento de la pintura fue radical. Su
amor al arte sólo tomó nuevos derroteros. Con ahínco se dedicó al estudio y a
la lectura; ejerció la crítica de arte, siendo colaborador frecuente de varias
publicaciones, y también trabajó la restauración.
El rebelde vuelve a la Academia
Tras la muerte de Juan Vicente Gómez, ocurrida en diciembre de 1935, surge un nuevo régimen decidido a impulsar el desarrollo del país después de tantos años de aislamiento y opresión. El General Eleazar López Contreras asume la Presidencia de la República en 1936, y como vía de promover la modernización cultural de la nación, nombra a Rómulo Gallegos Ministro de Educación.
Gallegos había sido amigo de Monsanto desde la época del Círculo de Bellas Artes, y conocía bien la vastedad de su cultura y sus dotes de pedagogo. Decide nombrarlo Director de la Academia de Bellas Artes que, por iniciativa suya, pasa a llamarse Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas.
El nombramiento de Monsanto en la Dirección de la Escuela, imprimió un giro
decisivo a la institución, marcando, debido a su función dentro de la formación
de los artistas nacionales, un enorme progreso para la plástica venezolana. Las reformas que propulsó fueron numerosas y muy audaces.
Para Miguel Arroyo, una de las primeras transformaciones introducidas por
Monsanto estuvo referida a la información. Conocedor de las carencias que en
este campo enfrentaban artistas y estudiantes de arte, Monsanto acometió una
verdadera cruzada para propiciar medios que permitieran a los interesados
acceder a información actualizada sobre arte. «A los pocos días de asumir el cargo –señala Arroyo– [...] aparecieron en
los corredores de la Escuela, reproducciones a color y de buen tamaño de obras
impresionistas y post-impresionistas». Y más adelante añade: «Por medio de
reproducciones, de libros (la Biblioteca se inició en ese período), de charlas
acerca del arte de todos los tiempos y, finalmente, por la creación de la
Cátedra de Historia del Arte, la Escuela rompió el cerco establecido por la
Academia.»[5].
Antonio Edmundo Monsanto |
Las reformas en cuanto a la información introducidas por Monsanto abarcaban también la conformación de un cuerpo docente de excelencia. Intelectuales de la talla de Mariano Picón-Salas, José Nucete Sardi, Enrique Planchart y Edoardo Crema, compartían la labor docente con artistas como Marcos Castillo, César Prieto, Rafael Ramón González, Pedro Ángel González, Francisco Narváez, entre muchos otros. Del sur, y por sugerencia de Picón-Salas, llegó la llamada «misión chilena», liderizada por Armando Lira, a quien secundaban los pintores Marcos Bontá y Mario Inostroza.
Monsanto también creó una extensa biblioteca, la primera especializada en
artes en el país. Se las arreglaba para sostener intercambios con revistas
internacionales y enriquecerla con adquisiciones y donaciones.
La reforma de la Academia partió de la redacción de un nuevo reglamento que
especificaba que la institución era un organismo público cuyos fines estaban
dirigidos a contribuir al desarrollo cultural y artístico de la Nación. Estos
estatutos reglamentaban, además, el plan de estudios, procesos de inscripción,
exámenes, administración y normas generales.
Marina, s/f |
Así, la Escuela se organizó en tres secciones: Arte Puro, Arte Aplicado y Formación de Profesores de Dibujo y Artes Manuales. Aparte de los talleres tradicionales, la Sección de Arte puro incluía asignaturas como teorías artísticas, pintura mural, psicología del arte y dibujo ornamental. El propio Monsanto dictaba las cátedras de Composición y Análisis plásticos, así como las sesiones de crítica de arte. La Sección de Arte Aplicado ofrecía talleres de grabado, cerámica, vitral, esmalte, artes textiles y escenografía. Su creación fue importantísima no sólo porque contribuyó enormemente a la valorización y comprensión de las artesanías y artes aplicadas en Venezuela, sino que dio a muchos la oportunidad de aprender un oficio que les permitiera acceder a mediano plazo al mercado laboral sin ir en contra de su vocación. Sin duda, que «...él fue el responsable de un pensum que incluía todas las materias que una buena escuela de pintura y escultura debía ofrecer, incluyendo la indispensable Historia del Arte»[6].
Una de las labores más importantes llevadas a cabo por Monsanto fue su
iniciativa de crear una sección dedicada a la Formación de Profesores en Dibujo
y Artes Manuales, con el fin de que se promoviera la enseñanza de las artes a
todo nivel, sobre todo en escuelas y liceos. También a Monsanto se le debe la iniciativa de crear los Salones Oficiales
Anuales de Arte, así como la instauración de los premios de estímulo para
pintores nacionales.
La labor de Antonio Edmundo Monsanto como Director de la Escuela de Artes
Plásticas y Aplicadas de Caracas puede considerarse hoy como un hecho decisivo
para el desarrollo del arte nacional de la segunda mitad del siglo XX. Sus
reformas no sólo contribuyeron a modernizar el sistema de enseñanza artística
en el país, sino que repercutieron enormemente en la evolución y transformación
de nuestras concepciones estéticas.
Toda una generación de artistas venezolanos –Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez,
Alejandro Otero, Mercedes Pardo, Carlos González Bogen, Mateo Manaure, Luis
Guevara Moreno, Héctor Poleo, entre otros–, fue formada bajo la tutela de este
sabio. Sus trayectorias dan fe de la buena guía de este maestro ejemplar.
Maestro Monsanto
Cuando estudiamos retrospectivamente los fundamentos en que se basa la actualidad plástica venezolana, la figura de Antonio Edmundo Monsanto destaca en toda su dimensión histórica.
Antonio Edmundo Monsanto fue un hombre excepcional. Podemos afirmar sin
duda que su figura se sitúa como introductora de los anhelos de modernidad en
la cultura nacional, y en este sentido, su labor docente fue punta de lanza de
la apertura a las ideas modernas en nuestro arte. Tenía razón Mateo Manaure
cuando afirmaba que las «artes plásticas nacionales deben a este otro gran
olvidado artista nuestro, mucho del gran impulso creador que hoy sostiene y da
vigor a nuestro arte».
Por su legado intelectual y por la gentileza de su persona, será siempre
recordado con respeto y afecto por quienes le conocieron o se acercaron de
algún modo a su obra y a su historia.
Katherine Chacón
[1] SALERNO, Johanna: «Lecturas del Arte Nacional. El Círculo de Bellas
Artes», tomado de: Galería de
Arte Nacional: Los maestros del Círculo de Bellas Artes. Catálogo de la
exposición itinerante homónima, Caracas, 1993, Exp. Nº 143, Cat. Nº 137, p. 74.
[2] Ver: PÉREZ, Yasminy, en: Galería de Arte Nacional: Cabré y
Monsanto, hacia la reinvención del paisaje. Catálogo de la exposición
homónima, Caracas, del 22 de abril al 3 de junio de 1990, Exp. Nº 107, Cat. Nº 102, p. 14.
[3] SALERNO ,
Johanna: ibídem.
[4] CALCAÑO, José Antonio: Texto para el catálogo de la Exposición-Homenaje
de las pinturas de Antonio Edmundo Monsanto 1890-1948, Sala de Exposiciones
de la Fundación Eugenio Mendoza, Caracas, 14 al 30 de mayo de 1958, p. 8.
[5] ARROYO, Miguel: «La Academia de Bellas Artes de Caracas y su reforma en 1936», en: Arte,
Educación y Museología, Estudios y Polémicas, 1948-1988, Biblioteca de la
Academia Nacional de la Historia, Serie Estudios, monografías y ensayos,
Caracas, 1989, p. 178.
[6] ARROYO, Miguel: «Recordando a Antonio Edmundo Monsanto», en El Nacional, Caracas, 29 de
septiembre de 2001, Papel Literario.
© Katherine Chacón
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